martes, 13 de marzo de 2012

"La escuela y el trabajo en nuestra época", Jacarilla.

Nací en 1938 y en 1944 empecé a ir a la escuela, un año antes de hacer la comunión.
Empecé a ir a la escuela porque nos obligaron. Fue un gran malestar para todas las madres, porque teníamos que ayudar a los hermanos pequeños. Pero yo estaba muy contenta, como si hubiese ido a una fiesta.
El horario era de 9:00 a 12:00 y mi maestra era Doña Gloria. Recuerdo la clase llena de niñas. Algunas, para aprender más rápido nos quedábamos una hora más.
Continué yendo a clase hasta 1950, aunque seguía ayudando en casa y también en el campo. Se trabajaba mucho en la agricultura, todo era huerta, campo y casa.
Me lo pasaba muy bien, me encantaba cantar y bailar. Me hacía dos coletas y cantaba: “arriba con el tiru riru ri ru ri, abajo con el tiru riru lero”. También sabía todas las canciones de la radio.
Los domingos asistía al catecismo. Venían seminaristas de Orihuela e íbamos muchas chicas a clases de religión. Fue una etapa muy valiosa. Don Iván formó “Acción Católica”, donde íbamos un grupo grande de chicas a formarnos en todo.
No me puedo olvidar de las labores que hacíamos en la escuela y en casa. Todos los días iba a Bigastro a las monjas para aprender a bordar. A veces hacíamos obras de teatro en mi casa y luego, nos repartíamos el dinero de las entradas. Salíamos a 50 céntimos más o menos, de tantas artistas que éramos. Hacíamos fiestas y nos reíamos mucho.
Más tarde, iba a casa de mi vecina Encarna a aprender a coser y a hacer punto. Luego me formé en Corte y Confección: hacía patrones, cosía y bordaba. ¡Me encanta coser! He pasado noches cosiendo y no me he dormido. También me gusta la lectura.
Fina Navarro Vegara.


Vivía muy cerca de la escuela, que entonces se empezaba a los cuatro años, pero yo cuando tenía tres me escapaba de casa para ir.
Iban a buscarme, pero la maestra decía que no le molestaba. Se llamaba Doña Virtudes y era extraordinaria. Los chicos estaban en una parte y las chicas en otra. Los patios estaban separados por una pared y los niños se asomaban a ver cómo jugábamos.
Sólo había tres clases: parvulitos, las que eran algo más grandes y las mayores. Con un libro dábamos todas las clases durante todo el curso y nos enseñaban muchas cosas. Todavía me acuerdo de la mayoría de cosas de cuando iba a la escuela. Una tarde a la semana nos daban de merendar leche en polvo con queso.
Fueron unos tiempos maravillosos, se hacían trastadas pero divertidas. Jugábamos mucho en la calle.
Cuando tomé la primera comunión, el banquete se hacía en casa, pero sólo con los familiares más allegados.
A los trece años me salí de la escuela y empecé haciendo tareas de casa. Luego empecé ganando algo de dinero haciendo pecheras de vestidos. Cuando me hice mayor, me compraron una máquina de aparar para aprender. Pasado un tiempo, empecé a trabajar.
Me casé llena de ilusiones y me tocó cuidar de mi padre al morir mi madre. Él enfermó a los dos años de casarme. Fueron tiempos muy duros: tenía que trabajar, cuidar de mi bebé y de mi padre yo sola.
A los diez meses de nacer mi primer bebé, nació el segundo y a los dos años y medio, el tercero. Tuve que dejar de trabajar para cuidar a los tres. Cuando empezaron el cole, seguí aparando y casi no dormía.
Ahora ya no trabajo y mis hijos se han hecho mayores, pero desde que me casé ha sido trabajar y más trabajar. Muchísimo para una sola persona.
Pilar Albaladejo Ripoll.


Empecé a ir a la escuela a los ocho años, después de tomar mi primera comunión. Dejé de ir a los doce.
Vivía en Bigastro y tuve varias maestras: Doña consuelo, Doña Elisa y Doña Rosa. Éramos todas chicas y llevábamos un guardapolvos blanco. En total seríamos unas catorce alumnas, de edades diferentes.
Por las mañanas, hacíamos cuentas, escribíamos y leíamos. Por las tardes hacíamos labores: bordar, punto de cruz, cadeneta, moldes, etcétera.
El horario era de 9:00 a 12:00 y de 15:00 a 17:00. Me gustaba mucho la escuela.
Cuando dejé de ir al cole, empecé a trabajar en almacenes, emparejando fruta y en el campo.
Después de casada, también me iba a vendimiar con mi marido y mis hijos.
Dejé de trabajar a los sesenta años y no cobro jubilación.
María Marcos Moya.


Comencé la escuela a los cuatro años y terminé a los doce. Iba a la escuela de Jacarilla, mi maestra era Doña Virtudes.
En la escuela llevaba pocos libros. Por la mañana, hacíamos copiados y cuentas. Por la tarde, hacíamos labores: vainica, punto de cruz y bordados.
El colegio era mixto, pero nos separaban en las clases, en el recreo íbamos juntos.
Empecé a trabajar a los doce años, en almacenes de fruta en invierno. En verano iba a trabajar en bicicleta a Almoradí a una fábrica de melocotón. En septiembre, cogía membrillos y cuando no tenía trabajo, iba a un taller a aprender a coser.
Al casarme, fui a vivir a Alicante. Mi marido y yo trabajábamos cosiendo pantalones en casa.
Después de cuatro años, volvimos a Jacarilla y abrimos una tienda de comestibles hasta que nos jubilamos.
Isabel Ortuño Ruiz.


Comencé la escuela a los seis años. Tenía que llevarme la silla de casa. Mi maestra era Doña Cecilia y luego, Doña Herminia, con ella pasé al pupitre. Después vino Doña María Moncho.
Al entrar en clase, teníamos que ir una a una a darle la mano y los buenos días a la maestra.
Después íbamos dando vueltas alrededor de los pupitres cantando los días de la semana, los meses del año, las horas del reloj, reglas ortográficas, los ríos, etcétera. Lo que había que saber de memoria, lo aprendíamos cantando.
Después del recreo, había lectura, cuentas y escritura. Terminábamos a las 12:00 y por la tarde, dábamos costura.
Acabé la escuela a los catorce años i empecé a ir a un taller de costura. Fui a una academia y me dediqué a ser modista hasta que me casé. Trabajé con mi marido en un estanco y una tienda de ultramarinos.
Encarna Vegara Soler.



Al principio, no fui a la escuela porque mis padres trabajaban y no me dejaban quedarme sola.
Empecé a ir a la escuela a los siete años. Mi maestra era Doña Gloria. Me mandaba a hervir castañas en lugar de darme clase y luego me llevaba a limpiarle la casa.
A los diez años, fui a Alicante a cuidar de otros niños, a cambio de la comida y vivir en la casa.
A los catorce años cambié de casa para cuidar de otro niño. Después de tres años, mi madre enfermó y tuve que volver a casa.
Trabajé en almacenes de fruta, en el campo y en una peluquería. Iba a un taller de costura a aprender labores.
Volvía a Alicante a estudiar peluquería y cuando terminé, monté una peluquería en Bigastro. Al tiempo, la trasladé a Jacarilla y trabajé en mi peluquería hasta los sesenta y dos años.
Carmen Gutiérrez Martínez.



Empecé la escuela a los nueve años. Vivía en Orihuela e iba al colegio Jesús María.
Nos dividían por clases sociales. Las chicas más pudientes, se quedaban internas e iban a otra clase. Yo iba a la clase de “San José”, que era para la gente pobre. Costaba tres duros al mes (en Orihuela no había escuela pública).
Al principio, me quedaba al comedor, pero luego no me lo podían pagar. Seguí yendo a clase, sin quedarme a comer. A los tres o cuatro meses, me dijo mi madre que no podía pagarla y dejé de ir.
Había un grupo de personas que iban por las casas dando clase. Vino un maestro a darnos clase a mi hermana y a mí. Cobraba una peseta a la semana. Pero a los dos meses, dejó de venir porque mi madre no lo podía pagar.
Primero utilizaba un libro que se llamaba “El Catón”. Después llevaba un manuscrito y un libro de la historia de España.
Con catorce años empecé a trabajar, cogiendo algodón y ñoras, criando gusanos de seda, engargolando cáñamo y plantando patatas.
Aprendí labores en casa, me enseñó mi madre.
Teresa Espinosa Sánchez.



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