Érase que era, una niña muy pobre que vivía en una casita cerca de una estación de tren. Su único juego era ir a la estación a escuchar las conversaciones de los viajeros, les oía hablar del mar, a lo que la niña pensaba: “¿qué será eso?”
Un día preguntó a un viajero: “¿me explicarías que es el mar?”. El viajero le dijo que era una inmensidad de agua, que había que cruzarla en barco y que a media noche se oía el canto de las sirenas.
La niña soñaba con el mar, se obsesionó de tal forma que, un día, se subió al tren y fue en su busca. Llegó a media noche, había luna llena. La niña quedó maravillada al ver, por primera vez, el mar. Se sentó en la orilla a esperó a oír el canto de las sirenas. Se quedó dormida. Cuando despertó se vio rodeada de pequeños pececillos, la niña les preguntó: “¿qué queréis?”, “que te vengas con nosotros al fondo del mar para ser nuestra sirena”, le contestaron los pececillos. La niña se puso contentísima, pero de pronto quedó muy triste y dijo: “no puedo, pues no sé nadar”. Los pececillos le mostraron unas aletas, “toma, póntelas y vallamos al fondo del mar”, dijeron. La niña se las puso y con los pececillos se adentró en el mar. Ahora es la reina de los pececillos, la sirenita que canta por la madrugada.
Pescadores, no pesquéis a los pececillos que no tienen la edad, dejadlos crecer y que disfruten de la sirenita que encontraron a orillas del mar. Colorín colorado, este cuento se ha terminado.
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