DIARIO DE UN MONITOR EN APUROS
Como monitor de la Escuela de Mayores me siento muy
satisfecho de contar con el grupo de alumnas y alumnos que participan este año
en el proyecto. Por mucho que intento llegar cada día unos minutos antes al
salón para sorprenderles no hay forma de conseguirlo. Por mucho que madrugue,
ellos y ellas ya están allí esperándome.
“¡Te hemos vuelto a ganar!” me dicen, y es verdad. Pero no hay forma de
tomárselo a mal, al contrario, me sonrío de pensar las energías y las ganas que
traen de empezar la sesión. Y el buen humor que derrochan.
Da igual su edad, la vida más o menos difícil que han
tenido, sus achaques y sus numerosas tareas que a pesar de sus circunstancias
todavía tienen que cumplir cada día. Llueva o truene, ellas y ellos aparecen
antes de la hora indicada dispuestas a dar lo mejor de sí mismas.
Alguna también llega tarde, aunque sea un poco de retraso.
Pero siempre hay una buena excusa. Cuando no es el médico, es la farmacia, y
cuando no es que se han tropezado con la
vecina de camino y se han puesto a hablar. A veces, inclusive, es que se les ha
olvidado que tocaba taller y se han acordado a última hora: “¡Es que no sé ni
en qué día vivo!”.
Ya desde el minuto uno del taller se ponen a ejercitar el
músculo, pero no el del cerebro, sino el de la lengua. “Señoras, por favor! Que
luego se me quejan de que se les olvidan las cosas y es que no prestan atención
a lo que digo!!” y se ríen, pero siguen hablando entre ellas. En las meriendas
y en los almuerzos que de vez en cuando organizamos sí se hace el silencio,
porque tienen la boca ocupada en comer o en beber. Y todos los años les amenazo
en tono jocoso con lo mismo: “voy a tener que llevar comida a los talleres para que estéis en silencio y me
escuchéis”. Y se vuelven a reír.
Me gusta que en el taller haya risas. El buen humor me
parece fundamental. Les motiva a asistir cada semana y por otro lado les anima
a participar en las actividades que propongo. Es una buena manera de motivarlas
y hacerles olvidar aunque sea por un ratito, los muchos disgustos y penas que
arrastran.
El momento disgustos y penas es al final del taller. Como si
se sintieran en deuda conmigo se me acercan para explicarme lo mayores que
están, los huesos que les duelen más o la mala suerte que han tenido en la
vida. Es su momento de terapia, de sacar las cosas negativas de dentro y
airearlas, y yo las escucho con mucha atención y las intento animar. Se van más
tranquilas y contentas, porque yo sé que el simple hecho de exteriorizar sus
sentimientos ya es relajante y terapéutico.
Pero no siempre es todo bueno y bonito. A veces llegan
también las quejas. Especialmente cuando hay que ponerse a trabajar. Les
reparto un texto: “¡uy, qué largo!”; les encargo un ejercicio para casa:
“¡madre mía, qué difícil!”; les pido una redacción para el siguiente día:
“¡pero si yo no sé casi escribir!” y así
es el ratito de las quejas y lamentos. Lo más curioso es que al corregir las
tareas siempre lo hacen bien, casi sin esfuerzo. Se quejan por costumbre pero
luego les encanta hacer la tarea. Y se sienten orgullosas/os y quieren ser las
primeras/os en corregir y si alguien se equivoca en algo se oye un murmullo de comentarios en la sala.
Y lo peor ocurre cuando soy yo el que se equivoca en algo, porque yo seré muy
monitor pero también soy muy persona humana y me equivoco como cualquiera.
Cuando “el profe” es quien se equivoca entonces ese murmullo se vuelve
atronador. Y claro, como tienen razón no les puedo decir nada y me toca recibir
la cariñosa bronca.
Pero no me puedo quejar. Se siente el cariño que me tienen
(y que es recíproco). No solo con su forma de tratarme, de hablarme, de
comportarse conmigo. También hay días que me sorprenden con un piropo, con un
guiño, con una sonrisa. Y, aunque me dé mucha vergüenza, tampoco es raro el día
que me han dedicado un poema, un dibujo, una manualidad o una frase para la
prosperidad.
Cuando digo que creo tener el mejor trabajo del mundo, lo digo totalmente
convencido. Porque tengo el mejor trabajo del mundo, y a las mejores y los
mejores usuarios/as del mundo.
Juanma.
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